Aguja ubicada en el cajón de los Arenales, sobre el primer tapón a la derecha, pasando la aguja Julio Benay. En el frente de la aguja que da al Sur, existe una única vía, llamada "El elixir del druida" (6a,350m). La roca es buena de granito rojizo y muy fisurada. Es conveniente llevar un set de clavos ya que la vía es poco repetida y no hay seguros naturales desde donde rapelar. Por el tipo de formación, no existen pichotes, sino que todo esta muy fisurado y la roca no forma seguros naturales. Atención que hay mucha roca enorme suelta. No confiar en seguros naturales. Una vez se termina la pared queda un filo cumbrero caminable bastante largo que demanda 1 hora aproximadamente. Armamos todos los rapeles con clavos. No encontramos instalaciones anteriores. Se fijaron los dos primeros largos el día anterior.
Los largos se suceden uno tras otro, ya perdimos la cuenta de los metros recorridos, y los largos vividos.
La sequedad de la roca se siente en la garganta,
el reloj corre presuroso tratando de alcanzar cuanto antes esa hora.
Un par de caramelos es todo, sin agua para beber,
cada tanto pienso en arrojarme a la laguna cristalina
que brilla allá abajo y calculo si desde aquí arriba podré caer dentro de ella.
El Murallón es un libro que disfrutamos metro a metro,
cada hoja es una escalada apasionante, llenas de pasos bonitos,
los últimos largos nos llevan a "caminar", hasta la cumbre
estamos a mitad de camino, nos falta lo peor, los rapeles.
Dormitamos mientras el otro se descuelga en la noche
el cansancio nos acecha, no cortamos clavos,
cortamos bulones de media cuando recuperamos la cuerda,
la resignacion de una cuerda que se traba, se combina con la otra que se corta
a la medida exacta, para confirmar leyes universales.
Tratamos de recordar donde estaban las reuniones,
fogonazos de piedras que caen al valle, son alucinaciones, como las estrellas,
como la vía láctea, ó como aquellas luces de una civilización que nos parece ahora tan lejana.
La soledad de un relevo me llena de preguntas y anhelos,
veo una luz alla abajo, es mi compañero, una parte de mi, buscando el próximo relevo;
mientras, me doy cuenta que palmeo la roca como si fuera una fiera para que se calme.
Por un momento creí que tenía vida.
Abril de 2001
(Ramiro Casas y M.F. Kvarta)