Portezuelo de las Lagrimas:
Domingo temprano, Fiambala duerme. Solamente esta despierta la señora que hornea pan casero. Todavía esta tibio cuando lo cargamos en la camioneta, ahora un poco mas sobrecargada. Este es un viaje donde nos han dado garantía: el trayecto intransitable … imposible acercarse a las montañas … la huella cubierta de hielo y si pasamos… vamos a quedar bloqueados por un temporal.
Ya veremos.
Pasando las Coipas topamos con el primer obstáculo: la huella obstaculizada por un grupo de poderosas camionetas con enormes ruedas atrapadas por una mansa vertiente de agua congelada, una superficie de hielo vidrioso e inclinado. Por todos lados hay antenas, handys, gps, tal vez hasta alguna computadora, pero no veo a nadie con una pala en la mano….
Mientras esperamos observamos el problema: si el vehículo resbala solo se detendrá centenares de metros mas abajo… contra las piedras.
Cuando por fin los expertos 4 x 4 se retiran, nos bajamos de la chata y nos ponemos a trabajar con picos y palas. Las manos - ablandadas por la civilización - se hielan. No se que pensarán, pero a pesar del frío y la falta de oxigeno, mis amigos se mueven entusiasmados para labrar el estrecho apoyo para las ruedas. Es la primera vez que los hermanos Sartori y Lisandrito toman contacto con la alta montaña. Estaban llenos de expectativas, hace semanas que preparamos carpas, botas, grampones y piquetas. Nadie esperaba que esta fuera su primera experiencia.
Quedo solo en la camioneta, el resto observa agachado. Una cubierta tienta el hielo, luego otra, por fin ya no hay mas que vidrio congelado debajo. Las ruedas encadenadas patinan pero el pedregullo las retiene. Metro a metro trasponemos el mal paso. Algunos kilómetros aparece el segundo planchon de hielo. La escena se repite mas adelante, varias veces. La tarde se va escapando.
Atardece en el primer portezuelo. Sobre los 4.400 mts. empieza el largo trayecto descendente a la Laguna Aparejos. Se traspone una frontera. Un mundo detenido en el tiempo. La erosión ha desmenuzado todo, la vegetación desaparece. Arena, ceniza y sal sepultan el paisaje.
Ruinas de la mina Aparejos.
Nos abrimos paso rodeando campos congelados y colinas y cuando creemos que los obstáculos terminaron aparece un estrecho valle cubierto de hielo de lado a lado. No hay otro paso y el tramo es demasiado largo para seguir cubriendo el hielo con pedregullo. No queremos dar la vuelta, estamos determinados a pasar. Montamos dos ruedas sobre la ladera. Aunque el vehículo queda en una posición casi imposible, el pedregullo cede y lo retiene. Atravesamos el valle de la Laguna Aparejos hacia el oeste y con las últimas luces llegamos a las ruinas de la antigua mina de cobre. Aunque las construcciones sin techo están abarrotadas de hielo y nieve, encontramos abrigo para armar las carpas.
Encendemos fuego. Los ánimos están bajos. A cada uno le pesa el lugar desolado. Si mañana el vehículo no arranca, si se desata un temporal de nieve, para poder “volver” habrá que caminar 40 kmts y pasar un collado a 4.400. Pero por ahora la noche es espléndida ! Imposible describir los cielos negros de la puna. Hace veinte grados bajo cero, pero con el aire seco el frío no se siente.
Hasta cierto punto subir montañas es - por contraposición al trabajo - un juego. No hay necesidad de ir a las alturas, no se obtiene nada “útil” en esto. No se cobra nada y al contrario, en vez de recompensas solo se gastan energías y tiempo. Pero en cualquier otro juego el deportista mantiene su libertad intacta: Si llueve, hace demasiado calor o frío, no se siente bien, puede elegir abandonar el juego.
Nosotros, al trasponer este collado perdíamos el derecho de abandonar. No habría alternativas, de aquí solo podríamos salir jugando el juego. Únicamente contaríamos con nuestras propias fuerzas y - en general – toda ayuda externa estaría vedada. Todo lo que hiciéramos, tendría resultados; si ibamos en la dirección equivocada nos perderíamos, si no encontrábamos amparo el viento nos castigaría, solo si encontramos agua podríamos saciar la sed.
Nuestro campamento esta a orillas de la laguna Los Aparejos. Laguna y salar, como todo aquí. En verano el sitio se puebla de vida, pero ahora nada se mueve. La única agua pura – última que encontraremos – surge de un manantial próximo que – quien sabe porque - no se ha congelado. En estas tierras inhóspitas Los Aparejos es un oasis con agua potable y reparo. En el ascenso de una gran montaña hay que dedicar mucho tiempo para aclimatar el cuerpo a la altitud y este parece un lugar ideal.
Las ruinas muestran dos períodos constructivos expresados en paredes de adobe o de piedra con adobe, uno antiguo, Jesuita y otro posterior. Todavía no vemos nuestra montaña, lejana y oculta en un profundo valle detrás de varios collados.
Por la mañana un sol amigable trata inútilmente de entibiar el aire.
Yupanqui recita: “ ...cierta vez, en un pais de montañas azules ... alguien dijo unas raras palabras... eso que Ud. esta viendo amigo… no son nubes...son vidalas olvidadas…”
Mientras preparamos el desayuno, pacientemente damos a la camioneta toda clase de atenciones. La hemos resguardado detrás de un bloque de nieve, pero el combustible se ha convertido en una espesa melaza y los aceites parecen caucho. Después de largo rato y varios intentos el motor arranca con un feo cloqueo metálico, enseguida se normaliza, toma temperatura y vuelve a la vida. Es mucho mas seguro andar por estos lugares en mas de un vehículo, sobre todo en invierno. Pero no es fácil conseguir compañía para estos emprendimientos, una montaña que nadie conoce, con un nombre tan poco llamativo.
El Abra del Campo Negro.
Partimos al norte. En verano el tranquilo trayecto ascendente permite trasponer el “abra del campo negro “. Pero apenas a una decena de kilómetros aparece otra vez el hielo, esta vez poco sólido y muy profundo. Si llegara a ceder quedaríamos enterrados en un pozo ! Exploramos los alrededores, despacio, porque se siente la falta de oxigeno. La mayor parte del paisaje esta despejado, la nieve solo se ha acumulado en las hondonadas protegidas, justamente por donde transcurre la huella minera.
Los vehículos tracción integral han sido diseñados para operar hacia delante o hacia atrás. Son demasiado altos y poco estables y no deben usarse en travesías inclinadas, pero parece que la única posibilidad es atravesar lateralmente una empinada ladera cubierta de tierra y yaretas. Al avanzar, las ruedas “de arriba” tienden a levantarse aunque mis amigos se cuelgan de ese lado para cambiar el centro de gravedad. El tiempo soleado es engañoso, afuera sopla un vendaval y todos se alegran cuando pueden volver a la cabina.
Llegamos al Abra después de pasar un campo de penitentes agudos y helados que amenazan destruir las ruedas.
Por fin podemos observar el Tres Quebradas. Cuales son los secretos de la montaña ? Planeamos el trayecto de subida, distribuimos las etapas y campamentos, prevemos el abrigo, el agua. La vista es engañosa, a tanta distancia cada detalle del paisaje demandara horas de esfuerzo.
Quebrada 7 de Enero
En la Laguna Celeste dejamos la precaria huella y seguimos los viejos rastros de la expedición al Tres Cruces. Estamos sobre el Campo Negro, la inmensa rampa inclinada que nos llevará hasta casi los 5.000 metros.
El Campo Negro es probablemente un escalón tectónico, es decir una especie de estribo monumental formado por el hundimiento o elevación de un bloque de la corteza terrestre. Delimitado por el este por una serie de coloridos cordones montañosos y por el oeste, tan abajo que es invisible, por el profundo Valle de la Salina de la Laguna Verde, el que nos dará finalmente acceso a las faldas del Volcán.
Al final del Campo Negro bruscamente cambiamos de dirección y descendemos hacia el suroeste introduciéndonos en un estrecho valle arenoso que alguna vez llamamos “Quebrada 7 de Enero” fecha en que años atrás, en la expedición al Nevado Tres Cruces, descubrimos este paso clave.
Otra vez superamos un largo trecho de hielo empinado montando dos de las ruedas sobre la ladera. Da la impresión que una gran ola se hubiera congelado de repente.
Unos círculos de piedra negra y angulosa señalan la llegada al valle de la Salina de la Laguna Verde. Cuando nos acercamos, toman otro aspecto. Entre las ruinas Jose encuentra una aguda punta de flecha.
Avanzamos largo rato a la orilla del salar que sin solución de continuidad se transforma en una hermosa laguna, un monumental espejo donde se refleja, perfecto pero al revés, todo el paisaje. Cada tanto se observan unos enigmáticos conos perforados en el pedregullo, probablemente “dolinas” (hoyos conicos formados por el hundimiento del terreno superficial por haberse diluido las rocas de la base de la dolina, solubles en agua.)
Detrás de la tropa perdida
Por la tarde llegamos a la desembocadura del Río Salado en la Laguna de la Salina Verde. Debemos decidir si cruzamos el río y nos acercamos al Volcán por el sur, “3 quebradas “ o si continuamos hacia el norte para acercarnos desde el este.
Aquí transcurría una ancestral senda de mulas que cruzaba la cordillera entre Catamarca y Copiapó. Las marcas son todavía visibles.
Va a ser mejor seguir la huella de mulas que se introduce por estrecho cañón que ha labrado el río. Avanzamos directamente por el lecho hasta que cuando la senda se retira hacia el oeste, superamos el obstáculo y quedamos sobre el valle superior.
Todavía hay que encontrar la montaña que vamos a subir, oculta ya en su proximidad por otras sierras mas bajas. Seguimos la margen este del Río Salado arrimandonos todo lo posible. Hoy será el ultimo día en vehículo, mañana empieza la caminata. Cuando ya no se puede avanzar mas, en una pequeña cañada arenosa armamos las carpas mientras interrogamos a los cielos. El aire ondula a la distancia, parece que todavía serpentean las tropas de mulares perdidos….
A la noche me abrigo bien y busco la helada soledad de la cabina de la camioneta. Por ahora todo ha ido bien, pero este viaje transcurre en condiciones especiales. Mis compañeros son muy jóvenes, confían en mi y harán lo que yo diga. La resolución de continuar o regresar esta solamente en mis manos, todos son mi responsabilidad. En soledad debo decidir si continúo arrastrándolos dentro de este océano de montañas...
El temor de quedar bloqueados por una nevada me apabulla: Habría que caminar 120 kilómetros y trasponer media docena de portezuelos, algunos a casi 5000 metros. Por ahora hemos decidido que de ninguna manera vamos a abandonar el vehículo.
Algo desesperado sintonizo la radio para rescatar algún pronostico meteorológico. Es inútil. Que lejos ha quedado el mundo. Estamos en el 2001, nadie tiene interés en el clima ! Las emisoras solo dan a conocer el “riesgo pais” una sombría cuenta regresiva que progresa inexorablemente hacia quien sabe que evento catastrófico.
Sin perdernos de vista
Nos llevaremos lo indispensable, carpa, calentador, combustible, botiquín, alguna herramienta para la escalada en hielo, poca comida, mucho abrigo. Calzamos las botas de montaña, un calzado que aunque rustico y pesado a duras penas nos protege del frío. Caminamos en trechos de 45 minutos con descansos de 10 o 15. Es la forma de ganar altura y preservar las energías.
En las montañas Catamarqueñas los ascensos raramente tienen dificultades “técnicas”. Se avanza por pendientes suaves, normalmente sobre el pedregullo o la nieve. Raramente se usan las manos para escalar. Sin embargo es un peligroso error considerar que estas montañas sin dificultades técnicas son fáciles y seguras. La falta absoluta de vida señala el peligro. En este mundo somos extraños. Todos cuidamos primorosamente de los otros. Jamás nos perdemos de vista
Quien asciende los volcanes Catamarqueños no debe preocuparse demasiado por los lugares de campamento. Trabajando un poco las suaves pendientes de roca suelta es posible acampar casi cualquier parte. Se puede “diseñar” el ascenso según las propias necesidades. Sin embargo en algunos tramos las vertientes son uniformes y conviene contar con el tiempo y energía suficientes para superarlas de “un tirón” evitando acampar en lugares excesivamente incómodos.
Con el transcurrir del día aparecen algunas nubes que de a poco, cuando ya superamos los cinco mil metros, se convierten en tormenta. La cumbre, la incertidumbre del regreso, todo el futuro queda muy lejos, ahora es urgente buscar amparo. En una carpa se acomodan Lisandrito y los dos hermanos, en la otra Martín y yo. El amanecer revela un paisaje blanco. El clima parece bueno. Aquí solo gobiernan los elementos inertes, el frío, el viento, el hielo. Seguiremos adelante.
Nosotros trazamos la ruta. No hay rastros y ni siquiera sabemos si alguien ha subido antes. Usamos el lateral de un amplio canal de nieve helada que lleva al filo sur por donde suponemos podremos acceder a la cumbre. Cuidadosamente evitamos la nieve, tan endurecida que seria imposible detener un resbalón.
La mayor parte del tiempo avanzamos en silencio. Quien encabeza la marcha difícilmente se aburra porque continuamente debe analizar el paisaje y elegir el mejor recorrido. El resto sufre la monotonía, el esfuerzo muchas veces parece insensato y se desea parar o volver.
Seis horas de marcha y la pendiente desemboca de golpe en un amplio lomo nevado a unos 5.500 metros. Mientras Lisandro y los hermanos comienzan a armar campamento regreso para ayudar a Martín que todavía deambula por la ladera asediado por el apunamiento. Hay que conformarse con poco. Si conseguimos tomar liquido y dormitar algo, la mitad del camino hacia la cumbre estara recorrido.
La lata fulminada.
Temprano comenzamos los torpes preparativos. Desgraciadamente el clima ha empeorado. Sopla mucho viento y la temperatura ha bajado todavía mas, en pleno invierno y a esta altura debe ser inconcebiblemente baja.
Antes de salir de las bolsas de dormir tratamos de precalentar la ropa y las botas. Una vez a la intemperie el avance del frío será inevitable, solo cuestion de tiempo, el hielo mordera cada vez mas profundo. Martín no se ha recuperado pero se atraganta con sus ganas de llegar a la cumbre. Es generoso, no quiere ser un estorbo para los demas y va a esperar en el campamento. Los Sartori y Lisandrito seguirán adelante, cosa que ya no sorprende. Se han comportado con entereza, sin quejas ni agachadas.
Esperamos la salida del sol y protegiendonos del viento avanzamos por la derecha del filo sur. Cruzamos transversalmente pedreros y campos nevados. Nos detenemos demasiado, hemos perdido la disciplina, pero igual ganamos terreno.
El humano no es animal para el frio, sus defensas fisiologicas son escasas. Ante la baja temperatura el cuerpo “hace lo que puede”; tratando de preservar los organos vitales retira la sangre de brazos y piernas que quedan expuestas al congelamiento, o sea la formación de hielo dentro del cuerpo. Uno de los peligros del congelamiento es que justamente el primer síntoma es la falta de síntomas. Paulatinamente el frío, el dolor y la falta de comodidad van cediendo y el escalador se olvida de sus manos o sus pies. Ya no los siente. Se ha congelado.
Con este grado de agresion ambiental corremos un peligro cierto. Recuperamos algunos dedos y tambien una nariz. Las manos son un problema porque hay tareas que demandan precisión: bajar un cierre, tomar una foto, acomodar un pasamontañas o los lentes. A toda costa hay que resistirse y tratar de trabajar con tres pares de guantes puestos. A unos seis mil metros, cuando aparecen las primeras nubes, llegamos a la base del empinado cono cumbrero. En este momento las fotos terminan abruptamente. El pedregullo esta cementado, no es posible abrir huella para el pie.
Intentamos por un canal de nieve pero es demasiado peligroso, aun usando los grampones. Ninguno de mis compañeros tiene la menor experiencia en esto y no es lugar para aprender. Especialmente Jose esta demasiado inseguro con sus antiguas botas de cuero italiano. A duras penas consigo que regresen a la piedra. El clima sigue empeorando. Son demasiadas contrariedades, la cumbre se escapa.
Hago un ultimo intento, directo hacia arriba. Casi debo saltar de piedra en piedra. Estamos sobre los 6.000 metros, el corazon se desboca ! Me sorprende pero mis amigos me siguen sin quejarse. Hace unos momentos no querían avanzar mas. Con enorme esfuerzo encadenamos algunos tramos menos dificultosos y tomamos altura. Por encima solamente queda un horizonte cercano contra el cielo. Marea mantener la vista, las nubes se lanzan a enorme velocidad. Hay tanto ruido que nos comunicamos por señas.
Al terminar la pendiente el viento nos da de lleno y es imposible seguir. Volvemos a sumergirnos en la ladera y en cuatro patas vamos rodeando la parte mas alta. Estos volcanes suelen tener enormes cráteres donde a veces es difícil ubicar una verdadera cumbre.
Damos con una antigua lata de te perforada por un rayo. Estamos tumbados en el piso, en un pequeño nicho que hemos abierto con los pies. El emblema de nuestro grupo de montaña se vuela. A duras penas puedo escribir un papel y dejarlo con un medallón bajo las piedras.
La tormenta
Federico y Lisandrito creen que el esfuerzo ha terminado y se abandonan. La situación se va de las manos, no podemos seguir expuestos al viento. Los saco de la cumbre a los empujones. Si pudieran, si tuvieran fuerzas, me pegarian.
Salvados los primeros tramos, el descenso mantiene cierta normalidad y al atardecer estamos en el campamento donde encontramos a Martín muy preocupado por el clima. El viento ha roto nuestra carpa, promocionada (y cobrada) como indestructible por el fabricante Yanqui. Por el oeste, justamente, el cielo tiene un nublado alto, parejo, espeso, de un ominoso color azulado. Es la tormenta. Quisieramos escapar ya de esta trampa pero es impensable que mis compañeros agotados sigan bajando en medio de la noche y la tormenta.
Pasada medianoche la carpa de Lisandrito también empieza a romperse. Aunque las carpas están una contra la otra no conseguimos comunicarnos. Debo salir y asomarme, pero aunque grito con toda mi fuerza apenas me entienden. Todos se visten y se preparan para la intemperie. Con la llegada del alba la situación sigue complicándose. Apenas hay luz me doy cuenta que tengo mal la vista. Los ojos me duelen, veo todo borroso, imposible mirar a la distancia.
El nevé
Los accidentes son como una cadena, una suma de eslabones. Pero en la montaña las cosas tienden a complicarse sobre si mismas y la mayoria de los accidentes son cadenas de muy pocos eslabones. Las cosas estan bien y de repente …. Una de las pocas cosas que puede hacer el andinista es estar atento a la aparición del primer eslabón, por ejemplo el mal tiempo, o un compañero enfermo, o una parte vital del equipo extraviada. Cuando aparece el primer síntoma posiblemente el accidente este muy cerca, a la distancia de una o dos complicaciones mas. Con miedo salimos de las carpas y nos exponernos al viento. Pero en un comienzo todo va bien. El descenso queda en manos de Martín que guia el grupo como puede. Yo fijo la vista en los pies y así evito los dolores. Continuamente nos controlamos unos a otros.
En un momento no hay otro remedio que atravesar lateralmente unos metros de nieve helada, inclinada apenas a 30 grados. El paso parece suficientemente seguro, pero las botas juegan a Jose una mala pasada, resbala y es lanzado por la pendiente a toda velocidad.
Intenta detenerse con la ayuda de la piqueta que apenas toca el hielo se le arranca de las manos. La caída prosigue, interminable. Varias veces atraviesa tramos de pedregullo y vuelve a acelerarse sobre la nieve. Ya no lleva la cabeza hacia arriba, va cara al cielo dando tumbos, bandazos, girando. El huracán ahoga los gritos. Finalmente se detiene contra las piedras 200 metros mas abajo. Estamos conmocionados. Bajamos lo mas rápido posible.
Jose se mueve, después se incorpora. Asegura estar bien y quiere seguir. Lo examinamos someramente porque la tormenta nos ahoga. Tiene rota la ropa, chichones, raspones pero no parece haber fracturas. Cuando horas después llegamos a la camioneta, se da cuenta que tiene un feo agujero en la pantorrilla por donde se ve algo que parece el hueso. El desinfectante liquido se ha congelado así que relleno el hueco con una crema antiséptica que lamentablemente no fue suficiente.
La camioneta, nuestra salvación, fielmente arranca. Martin queda al volante. Cada kilómetro que dejamos es uno menos que deberemos caminar. Atrás quedan el río, la laguna y el salar. En la quebrada 7 de Enero las ruedas muerden furiosas el hielo. Cruzamos el Campo Negro y traspasamos las abras. Solo retomo el volante en la delicada travesía lateral, que se pierde atrás a media tarde.
El paisaje esta de un feo color blancuzco, aplastado por la falta de sombras. Surcamos Los Aparejos con el viento volando el ripio de la huella. En el Portezuelo de las Lagrimas nos sentimos en casa. Las ultimas horas de luz pasan sobre los cortes de hielo. El viento vuela el agua del arroyo de La Coipa que parece correr en el aire.
En algún momento por fin la tormenta se desata blanqueando de granizo los llanos Catamarqueños. El largo día que empezó tan lejos y tan alto y termina al cobijo de las termas de Fiambalá.
Cuando regresamos Jose Sartori pasa varios meses luchando contra la infección que se le instalo en la pierna, mi lesión en los ojos sana mucho antes. Aunque volvemos, una parte de nosotros queda para siempre en aquel campamento de altura, entre las piedras cinceladas por la tempestad que todavía sopla descontrolada.
La ascensión se hizo en Agosto del 2001. Jose Sartori, Federico Sartori, Martin Suso, Lisandro Arelovich, Glauco Muratti
Glauco Muratti.
**El Volcán Tres Quebradas o Los Patos, tiene dos cumbres, la norte de unos 6.000 mts. y la sur, cumbre principal, que ascendimos nosotros, de 6.239 mts.
La cumbre principal fue ascendida por los polacos del Club Alpino Varsovia en 1937 e indudablemente ellos fueron los que colocaron la latita de te "Victoria" que encontramos. Unos 15 años atrás, la cumbre volvió a ser ascendida por el controvertido suizo norteamericano; J. J. Reinhard seguramente en busca de restos indígenas. El rayo fue posterior porque el papel de chocolate que había dejado este hombre estaba quemado e ilegible.
La cumbre secundaria fue ascendida desde el portezuelo de Los Patos por un grupo Tucumano que integraba Claudio Fernando Bravo a quien debemos estos datos.