Miércoles, 02 Diciembre 2020 18:29

Apertura La linea de la esperanza

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EL SENTIDO DEL MISTERIO Y DE LO IMPOSIBLE.

Miguel Kvarta una vez nos dijo que todas las montañas tienen su respuesta esperando en algún lugar. Desde entonces tuvimos la convicción de que cuando salimos vamos en busca de algo más que una cima, de algo más que una dificultad, de que estas contienen  una experiencia mas profunda, una riqueza menos evidente y más valiosa. [i]En esta búsqueda  somos capaces de abandonar demasiado, cada escalador sabe lo que pone en juego cada vez que se emprende hacia la montaña y cuanto más nítida es la conciencia de esto, más fuerte es el llamado y lo que es capaz de dejar atrás. Con esta convicción y en esta búsqueda  salimos de Rosario el viernes 3 de noviembre de 2017 bastante más tarde de lo previsto,  a las 21 hs.  con destino a Mendoza, al cajón de Arenales, en el corazón de la Cordillera de los Andes. Nuestro objetivo era escalar  abriendo una nueva vía en la aguja “Al Horno”, ubicada a unas dos horas del refugio, próxima a la mítica aguja “El Cohete”. La idea había surgido de Alexis que, al impactarse al ver esa aguja con una pared vertical imponente aquella vez cuando bajaba de la cumbre del Cohete, nos incentivo a encararla al poco tiempo. Para esta ambiciosa empresa llevamos el material necesario para equipar la nueva ruta al estilo alpino, incluyendo equipo de escalada artificial para sortear  eventualmente las secciones más comprometidas de la ascensión. El miércoles previo Èl se había reunido en el Club Mitre a orillas del Rio Paraná con Miguel Kvarta, Lisandro Crocco, y Glaucco Muratti, a quienes en la penumbra del atardecer ribereño  les comento los proyectos con detalle y  mostro unas imágenes que teníamos de las paredes de la aguja; en algunas habíamos trazado provisoriamente una línea de la ruta que queríamos abrir. Estos estuvieron muy animados tras escrutar la vía e hicieron un sin número de recomendaciones a tener en cuenta en la apertura.

Esta reunión ocurrió espontáneamente. Una de las cosas más valiosas que un ser humano puede compartir con otro es su experiencia[ii], la historia de sus pesares, sus éxitos, errores, de sus heridas y las profundas cicatrices que dejan algunas, de sus amores y odios, sus amantes y enemigos, de las bajezas y grandezas de que fueron capaces, en fin la historia de cómo se las han visto con la vida que vivieron.  Estas experiencias, y las transformaciones que producen son los verdaderos tesoros, los trofeos que hay que buscar y compartir.

Para la madrugada nos encontrábamos en Huentota en el Oasis de Uco[iii]  al pie de la Cordillera, en tierras del Dios Hunuc Huar, primer escalador de la región de cuyo.[iv] Nos aprovisionamos en Tunuyan y pronto atravesamos  el Manzano histórico, un pequeño poblado  en cuyas tierras pardas y secas ahora cubiertas por extensas plantaciones de vides[v]alguna vez  San Martín y su Ejercito asentara campamento tras cruzar la cordillera de regreso de la campaña libertadora, y dejándolo atrás nos internamos por un paso fronterizo de ripio en dirección al puesto de gendarmería Portinari que franquea la frontera con Chile. Allí preparamos las mochilas para comenzar la caminata hasta el refugio.  Transitamos rápidamente por uno de los  senderos que se abrían entre una vegetación rastrera, y espinosa. Otra vez el perfume a Jazmín, la sensación de la abundante vegetación espinosa rozando la ropa, el trasfondo de las agujas del cordón montañoso, el sonido torrentoso y gutural del arroyo que serpenteante nos acompaño todo el trayecto. Estábamos en el Cajon de los Arenales. A pesar que sentíamos que teníamos todo el tiempo del mundo para nosotros estábamos deseosos de ir a reconocer la aguja, era el entusiasmo y no el tiempo el que nos apremiaba. Por esto nos acomodamos en el refugio, disfrutamos del lugar con unos mates, hicimos el ritual de los caseros del refugio, y partimos con el equipo de escalada en dirección a la aguja “Al Horno”.

 

La intención era echar un vistazo panorámico a la vía y dejar el equipo a pié de vía para el día siguiente portear los elementos restantes para poder vivaquear en el cohete, en el balcón que se forma en su quinto largo, donde unos bloques de piedra forman un reparo natural a los vientos y la lluvia, y desde donde aproximaríamos la aguja para escalarla.

Pronto nuestra aguja comenzó a mostrarse por detrás de la tapia del Aureliano, y pudimos ver sus paredes más altas, lisas, rojizas y fracturadas,  su cumbre rectangular, las primeras figuras antropomórficas,  un rostro indigena, una corona, un bonete, un puño, iban tomando forma y vida frente a nosotros. Estábamos de frente al grupo de agujas conformadas por el cohete, la aguja Aureliano, la aguja El Fraile y al fondo como custodiada por estas la Aguja al horno, ahí nos detuvimos unos momentos y comenzamos a imaginar las líneas de las paredes superiores. Éramos optimistas, nos parecía que la sección inmediata a los techos, y la de los techos, que era la que más incertidumbre nos generaba tal vez podría equiparse, la roca parecía ser de buena calidad, y pese a que en esa sección la pared se veía lisa y algo desplomada, con pocas grietas para proteger, dejaban ver algunas irregularidades que quizás nos permitirían afrontar la ascensión en su parte más dura, teníamos pocos micro Friends y eso era un problema, dos eran nuevos y otros dos los habíamos comprado usados a Sven, un escalador canadiense que los había descartado de su equipo personal, si las fisuras eran muy finas íbamos a tener que tomar decisiones difíciles sobre todo porque no conocíamos las secciones, ni el material necesario para equiparlas, si usábamos los fierros más pequeños sin saber que había más adelante no era posible protegerse hasta que la fisura se ensanchara, esta situación te lleva a economizar fierros chicos y a exponerte más para proteger eventualmente los pasos más difíciles que pudieran venir que no estás seguro de donde están porque en partes la pared no se muestra hasta que estas ya sobre ella, ocurre con esto que las paredes siempre te pueden sorprender y lo que parece una sección fácil que no proteges para economizar se puede complicar y ponerte al límite sin suficiente protección. Los rapeles eran otra cosa, si bien sabíamos por dónde íbamos a subir, y estimábamos poder equipar las paredes, la aguja era poco escalada, la línea que habíamos trazado aérea, y no sabíamos con certeza por donde íbamos a terminar bajando. El problema con las vías aéreas es que se hace difícil encontrar pichotes o formaciones  para montar descuelgues naturales, y si estos van a ser lo suficiente fuertes para soportar el sistema. Por esto cuando vas subiendo ya vas mirando formaciones por donde podrías montar futuros los rapeles, pero para esto hay que poder encontrarlas de vuelta, y que estén unos de otros a una distancia de cuerda suficiente para conectar el descenso. De noche cuando se hacen muchas veces los descensos, esto no es tarea simple. Llevamos clavos para montar descuelgues en el caso de no poder hacer un seguro intermedio o para los rapeles, pero esto también requería que la piedra y la fisura fuera lo suficientemente buena para armar el descuelgue.

La aguja se veía lejana, bellísima con sus enigmáticas  paredes bañadas por la luz del sol. El primer encuentro con una aguja no siempre es igual, en muchas ocasiones es intimidante, sentís un vacío enorme, una ansiedad abrazadora, sentís que estas frente a un desafío y no sabes nada más, solo que tenes que seguir, que empujar, y que esa situación es embriagante, porque sentís esas dos fuerzas en tu interior. Si algo nos iguala es lo que no conocemos, lo que sabemos es apenas un apéndice y con este trozo apendicular abordamos valientemente el mundo, son las experiencias que hemos vivido, y las que han vivido otros y tuvieron la generosidad de compartirla con nosotros.  Lo incierto, lo inesperado por más que nos pese, forma parte del mundo, de la vida, de nosotros mismos,  y es inevitable que ocurra, que nos encontremos de cara a ello, por eso cuando se presente no debemos afligirnos, no debemos rechazarlo, no huiremos, la mayoría de las veces las cosas no serán lo que pensamos o esperabamos que sean, hay que seguir, basta con recordar eso en los peores momentos, lo demás no importa.  A veces nos irá bien, otras pensaremos que nos ha ido mal, nos sentiremos decepcionados, cansados, irritados y no entenderemos el sufrimiento por el que estamos pasando, nos haremos la pregunta ¿para qué hago esto?, ¿qué estoy haciendo acá? Es una pregunta que no tiene respuesta, te la haces como quien arroja una piedra al vacío, y seguís.[i]  Son situaciones por las que no hubiéramos pasado si nos hubiéramos quedado en nuestro mundo sin fisuras, sin intimidantes paredes, sin cimas, a preguntas que no nos hacemos cuando estamos distraídos. Saldremos de aguas lagunares y navegaremos por inquietantes océanos, conoceremos la bruma de la noche, nos desvelaran monstruos marinos que creíamos que no existían, los sórdidos silencios nos llenaran de terror y desolación las noches más acíagas, nos deslumbraremos con el hechizo de sirenas cuyo canto desconocíamos, amaremos al sol en las ocasiones que salga, y pronto extrañaremos la oscuridad en los días demasiado intensos. La mayoría de las veces no tendremos respuesta alguna y eso no nos desalentará, solo nos diremos – Hay que seguir¡¡. No debemos preocuparnos, ni impacientarnos, ya entenderemos que  el conocimiento es solo un instrumento, ese es su sentido, con el tiempo la herramienta irá perfeccionándose, recobrara su valor instrumental, y entonces dejaremos de querer tener respuestas, al contrario querremos no tenerlas, dejaremos de pavonearnos con el saber, y recobrará su valor instrumental. Ya no nos importarán las palabras lindas, sino que la herramienta esté preparada para cumplir su destino.  Las certezas y seguridades del mundo nos parecerán ridículas, ya no buscaremos repetir el mismo argumento, la misma vía, impresionar con lo que sabemos, ni sentirnos sabios o experimentados, pues sabemos que en la experiencia el saber nos ha dado el repertorio necesario para enfrentar nuevos desafíos, sabemos que portamos una herramienta que solo tiene sentido si existe lo desconocido. Y cuando la  pongamos en acción será para honrar su valor instrumental, y por esto nos alegraremos cuando se presente.

Continuamos caminando, avistando animados algunas liebres que transitaban con agilidad por las piedras por las que nosotros nos movíamos toscamente. Buscábamos los senderos más firmes eludiendo los pedregullos y las zonas con más vegetación que fue desapareciendo a medida que ascendimos. Dejamos el equipo en una cueva de piedra cercana y fuimos a hacer una primera exploración del lugar. La cuestión era si nos convenía para aproximar la aguja al horno hacer los primeros cinco largos del cohete y desde allí travesear hasta el pie de vía de la aguja  o rodear caminando la aguja Aureliano hasta la aguja Al Horno. Había una quebrada que atravesaba la aguja Aureliano y el Fraile para luego bajando por un pasaje que conducia al pie de la aguja Al Horno. Fuimos a recorrer el rodeo para ver cómo era el trayecto y de paso darle un vistazo a la aguja El Fraile, en cuyas paredes amarrillas hay una vía que nos interesaba. Decidimos cortar camino desde donde estábamos trepando en lugar de rodear una elevación de piedra de unos veinte metros que tras sortearla nos dejaría en la senda de la aguja Aureliano. La roca estaba en mal estado y se desgranaba, había mucha arenilla suelta por toda la superficie y las rugosidades de las paredes eran poco sólidas y se soltaban. La escalada era sencilla, pero la condición de la piedra y el hecho de ir sin seguros generaron pronto un clima de tensión. A poco subir nos encontramos a 15 metros de altura sorteando una travesía aerea para poder llegar a la parte más alta del promontorio. Las presas se soltaban y los pies estaban llenos de arena. Maldecimos no haber rodeado el promontorio. Cuando miramos hacia atrás  nos dimos cuenta que desescalar en esas condiciones era aún más riesgoso que seguir hacia la parte más alta, por lo que lo descartamos. Nos confiamos en la facilidad del grado, y nos expusimos innecesariamente a una mortal caída. Fue clave en esos momentos tener plena concentración, cargar los piés en cada paso para evitar que resbalen por la arena, y descargar las tomas para prevenir su desprendimiento. Una vez arriba buscamos un destrepe para bajar hasta la senda hacia la aguja Aureliano, tardamos un poco en encontrarlo por que desde arriba parecía estar descontinuada la bajada, la situación se torno tensa de nuevo, nos aproximamos hacia diferentes extremos de donde estábamos y la bajada estaba precipitada, al final encontramos un tramo que podía bajarse con cuidado. Ya abajo nos prometimos no volver a confiarnos.

Continuamos explorando, a pesar del trance estábamos animados, y ya relajados bromeamos sobre lo ocurrido. Continuamos e hicimos la aproximación a la aguja El Monje con total facilidad. Allí pudimos comprobar que era posible el acceso desde ahí hasta la aguja Al Horno a travez de una cañada bastante inclinada que bajaba justo frente al vivac de la Aguja el Cohete. Al día siguiente definiríamos que hacer, las dos opciones eran buenas. 

Regresamos atardeciendo, bajamos totalmente livianos, por que habíamos dejado todo el equipo al pie de la vía, y en algún punto me pareció que habíamos dejado el cuerpo por que volvimos volando, y me parecía que no tenía peso sobre mis piernas, era una sensación liberadora. Solo nos trajimos una botella de agua, que casi no utilizamos. Volvimos paseando, contemplando las silueta del cordon montañoso y una enorme luna que lo coronaba. Alexis estaba tremendamente motivado, lleno de entusiasmo, me hablaba de la vía de lo importante que era poder completarla, dejar un camino para los que vienen, se notaba que entendía que lo que estaba haciendo era importante, una oportunidad para transmitir su forma de sentir el montañismo, ese espíritu y comprensión que había sabido transmitirme a mi y que yo todavía no comprendía completamente porque es más experiencial que racional.

Pronto llegamos al refugio, ya no estaba deshabitado, en el lugar había cinco personas más que se acercaron pronto a nosotros cuando vieron que prendimos un fuego fuera del refugio y nos disponíamos a asar una carne que habíamos traído. Nos sentimos agradecidos que hubieran escaladores con quien compartir el vino, e intercambiar ideas y experiencias. 

  Creo que uno quiere lo que conoce, y conoce compartiendo, por esto son tan importantes los momentos, darse siempre la oportunidad de conocer, de compartir, de querer. Un poco de vino y un fuego fue suficiente para iniciar este ciclo de la vida tan hermoso, tan fructífero. En este ambiente de pura simplicidad y humildad conocimos a Emanuel, a Lito, Maxi,  y Lucas, personas verdaderamente extraordinarias. Lito y Maxi son dos jóvenes escaladores de Neuquén, se conocieron en una palestra dos años atrás cuando comenzaron a escalar, la vida los reunió para fortuna de ambos. Maxi entonces tenía en claro lo que quería para sí, Lito en cambio estaba con las contradicciones de quien está entre dos mundos, el del hombre que quiere asentarse, y del que quiere echar a andar. Fue cuando Maxi le propuso dejar todo e irse un año a escalar por todo el país. –Justo cuando había conseguido un buen trabajo – dijo Lito contándonos la historia. – En una oficina, cerca de mi casa.- Renunciaron a sus trabajos y con el dinero que tenían ahorrado hace seis meses que están escalando. Sus experiencias son tan ricas, y se actualizan a una velocidad que creo que en diez años de mi vida no podría acumular lo que ellos han vivido en cuatro meses. Lito nos confesó que no fue fácil para el tomar la decisión, y que algunas veces se sintió cansado, y rondo por su cabeza la idea de volver.  Que había sentido el peso y el remordimiento de no estar construyéndose un futuro, en vez de estar vagando por ahí, que muchas veces había sentido miedo de estarse equivocando con la vida que llevaba, con las decisiones que había tomado, pero que de todos modos había tenido el coraje del tomarlas. –Yo no quería estar toda mi vida preguntándome que hubiera pasado, y por eso tome las decisiones que tome y ahora estoy acá.

Pronto el fogón empezó a perder fuerza, su luz se hizo tenue y quedamos casi en la completa oscuridad, las historias también se fueron apagando, y la noche se llenó de silencio, de ese silencio de quienes están en la intimidad, era hora de ir a descansar. Di un ultimo vistazo al lugar, al fogón, a las caras en penumbra cansadas tras un día vivido, al cordón montañoso, a la luna que nos alumbraba tras un leve manto de nubes que la opacaban, le di un último sorbo  al vaso de vino, y me fui a dormir.

Por la mañana temprano sentí que el viento soplaba afuera, nos levantamos y fuimos a ver como estaba el día, no se veía nada bien, a lo lejos rodeando el cordón montañoso una cantidad de nubes amenazaban con bajar en cualquier momento. Todavía había sombra sobre el sector que teníamos que aproximar. Las paredes debían de estar frías. Alexis había estado pendiente del pronostico desde antes de salir. La noche anterior había estado controlando los datos de que disponía para ver si se cumplían, y me comentó que incluso las ráfagas que tenía indicadas en las zonas horarias del gráfico habían ocurrido, por lo que estaba confiado con como venían desarrollándose los acontecimientos climáticos. Nos esperaban dos días de mal tiempo, con nubes, viento y escasa llovizna por la noche. Decidimos hacer la aproximación de todos modos, los primeros cinco largos de la Aguja el Cohete no tenían gran dificultad, aprovechar los días malos para hacer la aproximación, explorar las paredes de la aguja y estar al pie de vía para cuando pasara el mal clima.  

Cargamos las mochilas con las bolsas de dormir, comida, agua, el calentador, una hoya, un vaso, y algunos caramelos, y salimos rumbo a la aguja, las nubes cubrían y descubrían los picos del Cordón. A medida que fuimos subiendo el frío y el viento se hicieron intensos. Y nos hicieron sentir su rigor. Por mi parte estaba cursando una faringitis, y tomando medicación antifebril. Este no era el mejor contexto para una convalecencia, y me costaba seguir el ritmo vertiginoso con que subía Alexis. Él no sabía de mi enfermedad, y  por momentos me miraba no se bien si compadeciéndose o haciéndome sentir que estaba retrasando la cordada.

- Vamos Carlitos -  me decía – tenemos que estar en la pared cuando empiece a dar el sol. Hay que llegar al vivac antes que bajen las nubes.

Sentí veneración por mi cuerpo que pese a todas las contingencias me permitía transitar por esos lugares. Sentí estábamos protegidos por nuestro coraje, un inmenso valor que nos empujaba a meternos en medio de esos nubarrones tenebrosos, entre esos impresionantes picos montañosos, nos dirigíamos a pasar la noche en un vivac en alta montaña, en el corazón de la cordillera de los andes, y no nos iba a inhibir el viento, el frío, las nubes, ni mi estado febril. En lo personal estaba decidido a no ser un cobarde, no podía volver a darme el lujo de vilipendiar mi dignidad como lo había hecho en enero. Había aprendido con dolor la importante distinción entre lo que hacemos y lo que podríamos haber hecho pero nos quedamos mirando, dejando que las cosas pasen.  

A mitad de camino paramos a descansar, yo descargue la mochila de mi espalda y me recosté sobre una enorme piedra. Alexis se puso junto a mi, ahora estaba seguro que estaba compadecido de mi deplorable estado aeróbico.

-Creo que tengo varios nombres para la vía que vamos a abrir – Me dijo.

- El nombre es importante – le contesté. Sabiendo que para él todo, absolutamente todo lo atinente a la apertura, era relevante.

- Uno es “la zamba del estribo”. – Me comentó haciendo referencia a que probablemenete utilizaríamos equipo de escalada artificial. – Ya me imagino en el largo de los techos, en la parte más dura, bailando con los estribos puestos. – comentó riendo.

-La zamba es una canción de amor – le conteste sorprendido.

- Si, si, es que me veo asediando esas paredes, como en una zamba, y ellas rehuyendo a mi asedio. –  Yo bailaba algo de esto cuando era chico, y ahora cuando me imagino escalando estas paredes, siento algo parecido, el cuerpo y la respiración en profunda armonía con el contexto, sintiendo cada momento. – Me dijo

-Que lindas las morochas, tienen un fuego -  contesté  y me pareció que no era extraño un género originado en el amor que despertaban las zambas, las candentes morochas norteñas.

– No me parece mal nombre – concluí conforme con el nombre y con que exista la zamba.   

-Hay otro nombre que me gusta – continuó – “la linea de la esperanza”.

-Me gusta mucho ese nombre – contesté – somos escaladores.

- Si es eso, siento que estamos continuando una tradición, y esta es la forma de hacerlo. Y ojala otros continúen.

-  ¿Qué es “La Línea de la Esperanza”? – Le pregunte.

- Es un camino a seguir. Es una via que busca ir mas alla de las posibilidades, de explorar y de introducirse en el mundo de lo desconocido, imagínate Carlos como debe ser ascender una pared sin saber que podes encontrar allí, nisiquiera ver en donde estas, y pelear las mas grandes batallas con uno mismo, con los temores que cargamos, los sentimientos encontrados, como una oportunidad para la liberación, una oportunidad para revivir el espíritu romántico que conservan las montañas, el estilo alpino mas puro y primitivo de la escalada. Esto puede ser el inicio de algo bueno, de un rumbo perdido, de buscar entender los misterios que esconden las paredes, el susurro de los vientos que intentan decirte algo, como dándote la bienvenida a algo nuevo, o tal vez intimidándote para que te bajes. Esto le va a hacer bien al GRAM. Ojala sea algo bueno. Esto también le hara bien a los mas grandes, a los que hicieron posible nuestro crecimiento, a aquellos que nos han enseñado mucho de montañas, esto es también una manera de agradecerles.

- Sigámoslo juntos – le dije honrado. Ahora yo también sentía que era importante lo que estábamos haciendo.   

Continuamos caminando, y pronto estuvimos al pie de la vía, recuperamos el equipo que habíamos dejado el día anterior, y dispusimos todo para comenzar a escalar. La primera sección la hicimos sin seguros, bastaba con ir cuidadosamente. Luego el ascenso se puso vertical, y tuvimos que encordarnos, y comenzar a equipar.

Así, la escalada fue lenta y sufrida, incomoda, sobre todo para el que iba de segundo que debía cargar con la mayor parte del lastre que traíamos.

 En el tercer largo comenzó a nevar, todo se llenó de esos pequeñísimos copitos de agua nieve, había mucho viento, con ráfagas que te sacudían y el frío era lesivo. En la primera sección del tercer largo nos topamos con una fisura ancha en la que cabía apenas el cuerpo, pero no era posible subirla con la mochila puesta. Intente hacerlo pero no me fue posible. Así que decidimos izarlas posteriormente con poleas. Subí unos treinta metros, monte una reunión, Alexis escaló hasta un punto intermedio, y desde allí izamos entre los dos las mochilas. El izado era muy engorroso por que la vía no era totalmente vertical, y las mochilas  rozaban la piedra, generando una resistencia al izado. Luego de bastante esfuerzo completamos la tarea. Ocurrió que en el izado la fricción daño en partes las mochilas, y un bidón de agua que llevábamos dentro de una. Yo no me había percatado de este daño del bidón.

Continuamos el cuarto largo, esta vez Alexis fue de primero. No se escuchaba nada por el viento, y apenas se alejó tuve que improvisar que es lo que quería, estaba haciendo, u ocurriendo. A esto se sumaba que por mi estado, estaba disfónico, casi sin vos. Pasados los 25, 30 metros de cuerda perdí todo contacto visual y auditivo con mi compañero, él no sabía a ciencia cierta cuanta cuerda le quedaba, y de terminarse tampoco tendría forma de saber si la cuerda está trabada o se terminó. Pronto note que Alexis tardaba en seguir subiendo, y supuse que debía estar montando la reunión, luego la cuerda comenzó a correr rápidamente y supuse que podía estar recuperando. Por precaución no desmonte el seguro de mi compañero, sino hasta que note que recogió completamente la cuerda, luego note que hizo algunos tirones fuertes más, y ceso la tensión. O estaba recuperando cuerda o siguió hasta quedarse sin cuerda. Esperé unos momentos suponiendo que en cualquier caso estaba montando el seguro, y luego me dispuse a subir. Liberé el seguro de mi compañero. Este momento es crítico, porque si te equivocas estas dejando libre a tu compañero. Tampoco estas seguro si tu compañero montó el seguro y está esperando que subas. Comencé a subir esperando que Alexis notara mi ascenso y recuperara la cuerda, pronto note que recuperaban mi cuerda, lo que confirmaba que estaba la reunión montada y estaba asegurado. Eso me tranquilizó, y me permitió notar otras cosas; a pesar de las condiciones climáticas el ambiente era maravilloso, estábamos a gran altura en completa verticalidad montados sobre esas paredes que hace un día atrás se veían lejanas e intimidantes, podía sentir la fuerza del viento helado, su lenguaje sonoro, las nubes por todas partes en movimientos aparentemente aleatorios, el sol opaco por un ambiente nebuloso, de ensueño, tenía una visión totalmente panorámica del inmenso valle, pequeños copos de agua nieve caían profusamente tiñiendo todo de blanco, pero las paredes permanecían secas porque el frío impedía que se derritieran.

Pronto note que había secciones de la cuerda congelada, pero no entendí porque hasta que note que se me estaban congelando las nalgas. Entonces me di cuenta que mi arnes, mi pantalón,  y el respaldar de mi mochila estaban mojándose, el bidón estaba perdiendo agua. Lo acomode como pude para que quede bien derecho, no estaba en condiciones de sacarme la mochila y pensé que era la tapa, subí rápidamente, lo más deprisa que pude. Me preocupaba que estuviera mojada la bolsa de dormir.

Cuando llegue a la reunión Alexis me dijo que faltaron diez metros para llegar al Vivac, y me señalo donde estaba. Se había quedado sin cuerda. Yo rápidamente me saque la mochila y pude notar que el bidón estaba pinchado en su parte superior. Lo acomode para que no pierda más. La bolsa de dormir se había mojado apenas, pero el agua se había congelado formando una capa de hielo, lo mismo había ocurrido en el trayecto de subida, con el arnes, la mochila, mi pantalón, y mis nalgas que me quemaban del frio. Solo entonces caí en la cuenta que estaba exhausto, congelado, con la garganta inflamada, los pies y las manos engarrotadas por el frío.

Alexis estaba igual que yo, temblando de frío, ya se había quitado las pedulas. Me recibió festejando que habíamos llegado pese a todo.  

-          Mirá donde estamos Carlitos. – me dijo Alexis señalando el valle -  Ahora vas a ver lo que es ese lugar. Nos tomamos un cafe y quedamos como nuevos.

Sonreí y asentí con la cabeza. Nos dimos un apretón de manos. Y le presioné el hombro.

-          Gracias  - contesté sintiendo la garganta que me volaba, los ojos y la nariz congestionados.

 

Me llevó hasta el extremo opuesto del vivac y señalando la aguja que estaba en frente me dijo.

-Carlos te presento Al cohete  - y me señalo las paredes que integraban los largos mas lindos de la vía. Sus tramos finales. La fisura era esplendida.

-Allá – continuó – la aguja al Horno.

Yo en lo único que podía pensar era en sacarme el arnes, lo tenía pegado, congelado, y me estaba quemando. Así que pospuse la presentación.

-Dejame que me saque el arnés, me acomodo un poco, y seguimos – le dije interrumpiendo su romanticismo.

Frente a lo que se avecinaba, y los rigores que enfrentamos tiempo atrás me habría hecho la gran pregunta, ¿Para que hago esto?, pero esta vez no me la había hecho en ningún momento. Tampoco Alexis, a quien se lo veía integro, y muy animado, y pese al panorama desolador que se presentaba se lo notaba muy resistente al sufrimiento.

-Espero que no llueva - me dijo revisando el vivac.

-Si llueve puede haber problemas – le contesté yo.

La temperatura por la noche era de menos tres y menos siete grados. Sabíamos que por la noche en ese completo aislamiento, en un balcón precipitado en el corazón de la cordillera, si llovía más de la cuenta nos podíamos encontrar mojados a menos tres grados bajo cero, con ráfagas de sesenta kilómetros. No hacía falta decir nada. La situación era clara.

El vivac consistía en dos formaciones de piedras enfrentadas de unos tres metros de largo por metro y medio de ancho que reparaba del viento. Enclavado en esa enorme pared que veníamos subiendo formaba una repisa rodeada por precipicios. Estábamos en una especie de balcón rodeados por tremendas paredes hacia todos lados. Habíamos ordenado el vivac, acomodado todas las cosas. Las cuerdas dobles las dispusimos en el suelo debajo de los aislantes para que acolchonen y aíslen más del frio. El equipo estaba en una punta del vivac, y las mochilas en la otra punta reforzando el reparo por uno de los dos lados donde no había paredes.

 

-Metámonos en la bolsa – le dije a Alexis- Si esta noche nos vamos a morir de frio, quiero estar un rato calentito. -   

Alexis asintió, y nos metimos en las bolsas, uno a la par del otro bien pegados, para calentar los cuerpos, y en esa intimidad, sabiendo que compartíamos la suerte, nos quedamos charlando mientras picábamos un salame y un poco de queso que habíamos traído.

-Mañana vamos a poder explorar las paredes, con suerte vamos a poder llegar hasta la parte de los techos. –

-Tenemos que arrancar temprano. – le dije.

-Si, si el tema es llegar a la parte de los techos, ahí me parece que esta la papa. Te imaginas cuando estemos ahí arriba, y se escuche el sonido del martillo golpeando. ping, ping, ping. – me dijo con una sonrisa de oreja a oreja.

Yo lo escuchaba hablar, y sentí respeto. Su moral estaba intacta pese a todo el desgaste físico que veníamos sufriendo. Su motivación me causaba admiración. El cielo se nos caía encima, y él tenía el entusiasmo de una criatura esperando el día siguiente para ir a conocer el mar.

A medida que fue oscureciendo la montaña fue tomando un tinte siniestro.  Sentí la muerte rondarnos, para mi sorpresa no tenía un rostro trágico,  pude verla bellísima en el tañido cielo rojizo de aquel atardecer, en la quietud glacial que nos envolvía albergando frágilmente tanta potencia, en el sol haciéndose inmenso y pleno justo antes de irse. Yo también me sentía pleno e inmenso en aquel lugar. Pude  sentir el desafío en que consiste la vida. Estamos viviendo y muriendo en cada respiro y por eso el miedo a la muerte es también el miedo a la vida, cuando decidimos no morir, decidimos no vivir. No vemos, no sentimos estas cosas porque estamos distraídos, entretenidos, y por eso nos asusta la muerte – Aléjate, es peligroso- - No lo hagas te puedes lastimar- nos dice el miedo a la muerte. Y entonces esta se ve terrible, e incomprensible. Me alegré de formar parte de esa danza vital, que tiñe los cielos, aletarga la tierra, y apaga las almas.

Decidí dormir, estaba exhausto.

Al otro dia, la mañana amanecio fria, nos costaba entrar en calor para tomar el coraje para comernzar una jornada que iba a quedar en la memoria. Era el dia de la apertura de esas lineas vertiginosas que nos seducian desde el principio. Enseguida y sin salir de las bolsas de dormir que tanto habiamos valorado esa noche helada, preparamos un desayuno expres mientras ordenabamos el equipo de escalada. Apenas los primeros rayitos de sol tocaban las paredes y nosotros cual lagartijas buscabamos intersectarlos tratando de captar un poco de calor. Tomamos el café, nos reimos un poco de las vivencias del dia anterior, y emprendimos rumbo a esos primeros largos de incertumbre plena. Ya estabamos en el baile.

Carlitos comenzo con la escalada por un diedro tumbado y apenas desplomado haciendo unos movimientos atleticos hasta superar el paso de dificil, salida con una linea continua hasta un pequeño resalte en el que cabiamos apenas los dos en un escalon de un pie de ancho donde se podia armar un anclaje movil. La ruta continua firme por un gran diedro caracteristico de la cara frontar de la aguja, muy evidente y obvio, el cual se podia proteger muy bien hasta llegar al primer techito de la via. En este punto accedimos a armar un punto de anclaje. Era el inicio del Cuarto Largo de la via. He aquí la dificultad que veniamos a enfrentar y la que nos generaba tanta incertidumbre de como conectar los techos, en las fotos es imposible visualizar una grieta tan fina en la pared pero una ilusion deambulaba sobre nosotros al plantear tremenda empresa en esas tardes de escalada en Rosario. Ahora nos enfrentabamos a la realidad, estabamos en el lugar de la pared que queriamos estar, pero por desgracia las condiciones climaticas comenzaban a empeorar, el viento se sentia siniestro, entraban nubes negras desde el Oeste que parecian amenazantes, era muy evidente que una repentina lluvia se nos avecinaba. Por orden de los Dioses de la naturaleza dimos inicio al reordenamiento del equipo, preparamos los clavos especificos que ibamos a dejar instalados, tomamos el martillo que me habian prestado, apaleado, que guardaba toda una vida y una historia en las montañas, con Carlos no preguntabamos cuantos clavos ha fijado este pedazo de madera y metal,  en su cabeza contenia grabado el logo de la UIAA, una vez mas el espiritu de Glauco Muratti estaba con nosotros en esa aventura al darle vida a este artefacto. Armamos los anclajes, emprendimos el regreso hacia el refugio para descansar por la batalla vivida, tomarnos unos mates y seguimos aprendiendo de las historias de nuestros concuvinos del hogar.

El tiempo no nos acompañaba, luego de esperar varios dias en el refugio el clima cada vez empeoraba mas en el valle asi que con Carlos tomamos la decision de irnos por otras escaladas en Mendoza dejando pendiente la continuidad de la via.

Luego de estar semana y media de haber escalado por mendoza, y ya instalados en Rosario, en la sedentaria rutina de todos los dias, no podia dejar de pensar en lo que habiamos hecho, la linea que estabamos abriendo, era algo importante para nosotros, asi que retomamos el desafio nuevamente. Ahora bien, Carlitos por cuestiones de familia no podia volver a irse de viaje, entonces no me quedo otro remedio que buscar algun  compañero que quiera vivir la experiencia de lo desconocido. La busqueda estaba complicada, todos en definitiva tenian algun condicionante con el tiempo. Luego de tanta busqueda, Mauro se ofrecio a acompañarme. No dudamos ni un segundo, el momento era el proximo fin de semana que venia. Viaje expres de 3 dias para terminar de conectar el largo que faltaba hacia el segundo techo.

Llegamos al Cajon de los Arenales nuevamente, y con Mauro nos dispusimos a sentarnos a tomar unos mates y contemplar la tranquilidad del lugar y la vista. Como siempre digo, estar en ese valle es magico, te hallas rodeado de agujas esbeltas con sus lineas que conducen a las cumbres, escalada clasica por donde mires, es un lugar que te transmite pasion, te trae una avalancha de recuerdos, de compañeros, de cordadas con las experiencias vividas y sentidas, genera tal camaraderia y hermandad entre los escaladares que conviven y comparten las noches de fogones y anecdotas, las risas, las historias de vida, las alegrias y los dolores, las emociones. Tambien las nubes con sus danzas en los cielos, las estrellas fugaces por la noche, cada tanto algun zorrino acechando el descuido de algun trozo de pan, como tambien los tonos anaranjados reflejados en las montañas y los brillantes glaciares del cordon Portillo, gentilezas del sol cuando la bruma se abre paso. Son rasgos distintivos del valle. Con el espiritu lleno de ese fuego sagrado que hace olvidar los peligros rumbeamos hacia la pared en cuestion.

Luego de unas horas de trepe nos situamos otra vez aquí, en esta reunion aerea de clavos que habiamos montado cuando estaba con Carlitos. Claramente yo estaba muy decidido a bailar con las mas deseadas fisuras que me generaban mucha incertidumbre y tambien un poco de miedo. Pero aun no arrancaria hasta que nos calentaramos un poco las manos, estuvimos ascendiendo en plena sombra con roca helada, ya a las 9.30am colgados de esa reunion, pero sonrientes. Con Mauro nos reiamos de cosas sin sentido y nos preguntabamos quien nos mando a meternos aqui y ahora, podriamos estar disfrutando de un dia de sol en la playa, pero los sentimientos te llevan a lugares inesperados, donde uno quiere estar, y nosotros estabamos ahí, donde queriamos estar, porque de esto se trata hacer montañas. Prepare el equipo en el portamaterial de mi arnés y me lance a la guerra. La via continuaba evadiendo por la derecha de un techo muy obvio que se ve desde el arroyo y comenzaba una linea fina de fisura de dedos que requeria algunos microfriends para poder asegurarse y seguir hasta un diedro perfecto y escondido yendo hacia la izquierda, aquí la mas codiciada tecnica de Dulfer se hacia presente, con un balcon premium impresionante con vista hacia el vacio, combinacion perfecta de exposicion, dificultad, incertidumbre, miedo. Las balas de panico estaban en el arnés, cada uno ordenado según su medida, listos para ser usados como pistolero mexicano en el lejano oeste. Esto se situa arriba del techo que acababamos de pasar y que conectaba con un segundo techo gigante en el cual se pasa por debajo hacia la izquierda y enseguida el relevo. Largo de maxima dificultad, con mucha exposicion, muy vertical y ambos relevos aereos. El rosamiento de las cuerdas dobles sobre el canto filoso del diedro escondido nos obligo a realizar una reunion intermedia al pie del segundo techo, este era tan grande que nos podiamos quedar a resistir una tormenta fuerte de granizo que no nos tocaba una piedra.

Una vez ya debajo del segundo techo, procedo a armar el anclaje. Un microfriend numero #1 modelo X4 de Black Diamond, un stopper, y un clavo knifeblade #4 que coloque de backup, sumado a esto, en un diedro, con un techo encima, lugar para uno, cien por cien dependiendo del sistema, nada podía fallar en ese momento de tanta exposición, por eso decidi sentarme a charlar sobre la vida con ese stopper, tan de cerca, cargándole peso y demostrándole la estima que le teníamos.

Luego de un rato llega Mauro a la reunión, con su cara de felicidad por el largo escalado, parecía haber disfrutado mucho el diedro que ya estaba por debajo nuestro. Estábamos los dos en ese anclaje aéreo asi que sin tantos festejos procedimos rápidamente a continuar con la sección del segundo techo, esta vez Mauro decidio tomar la delantera, se lo veía motivado asi que no dudamos que el debía continuar la lucha con la grieta invertida que contenia esa gran piedra. En unos minutos èl ya había superado este resalte y enseguida busco el lugar mas adecuado para armar el relevo. En breve ya estábamos nuevamente reunidos y vinculado al triangulo de fuerza.

La via continuaba por encima nuestro, por un diedro que luego seria fisura hasta llegar al promontorio final hacia la cumbre, compartiendo este largo con la ruta normal abierta hacia muchos años atrás. La línea de rapel la hicimos por la arista noreste de la aguja, entrelazando cintas y cordines por pichotes hasta el hombro noreste que da al valle y luego un rapel araña por la cara frontal de la pared pasando por la izquierda de ambos techos hasta llegar a un balcón o repisa, y de ahí otro rapel al suelo.

La via a simple vista parece imponente, intimidante, pero cuando estas ahí montado sobre la pared es simplemente una humilde ruta que cualquier escalador puede escalarla. A veces no hay que temer a lo que parece difícil o imposible, hay que estar listo para cuando se presente la oportunidad, preparar la mente y anticiparle el esfuerzo. Solo hay que animarse porque si hay enseñanza que nos ha dejado esta vivencia es justamente eso, animarse a navegar por aguas no transitadas. La fe y la religion son nuestras dos posesiones fundamentales, y no me refiero al mundo eclesiástico sino al sentimiento montañero de un ser humano. La fe protege al corazón, nos hará seguir cuando nadie más siga, en las noches turbias cuando dudemos nos hará resistir, en los días demasiado luminosos nos hara aguantar. Cuando elijamos no seguir más al corazón, y olvidemos las rocas milenarias, la sensación de ardor en las manos, que el viento era espíritu que nos empujaba y  la nieve una voz que rugía en los pasos de la historia que vamos escribiendo al andar, o de encontrarnos en un instante con el corazón exaltado al subir una pared difícil, un día, un domingo apacible se cortará la luz, se apagará el ruido, y eso que nos distraía y nos hacia vivir inquietamente vivos no estará más evidenciando el tedio, el vacío insoportable de nuestra empobrecida y miserable situación. Y entonces ahí nos preguntaremos en que nos hemos convertido, acaso no era nuestro espíritu el que buscaba lo sagrado? , y bien, sabremos al fin que hemos perdido esa estrella que nos guiaba, ya no seremos los mismos pura sangre de aquel entonces. La religión integra la parte con el todo, llenando o vaciando de sentido lo que hacemos; cuando algo nos entusiasma es porque forma parte de nuestra búsqueda religiosa. Esta ocurre en lo concreto, como las aguas dulces de un rio caudaloso buscando abrir su paso al mar salado ineluctablemente siempre está aconteciendo, es una búsqueda hacia dentro y hacia afuera, y es eso lo que de alguna manera perseguimos al buscar las respuestas que el universo tiene para nosotros cuando nos emprendemos hacia las montañas, hacia los valles, hacia los montes…

Carlitos Abdala – Alexis Moreno.

 (GRUPO ROSARINO DE ACTIVIDADES DE MONTAÑA)

 

 

 

 



[i] Pero como nos enseño Kvarta, todas las montañas tienen sus respuestas esperando el algún lugar.



[i] Nosotros valoramos la experiencia que nos dan las cimas y las dificultades, no las cimas y las dificultades en sí mismas, estas son anecdóticas. Entender esto es vital para un alpinista. Las cimas no son un trofeo para alimentar nuestro ego, son la materia a partir de la cual nos transformamos.

[ii] La escalada por sus notas, ambientes y situaciones en las que ocurre, o incluso por el vínculo que existe entre los miembros de la comunidad, es propicia a la intimidad necesaria para que se compartan experiencias neurálgicas, incluso entre quienes  para una persona común podrían considerarse extraños. Entre escaladores se confían experiencias que en muchos casos no se confían a nadie más. Ni decir del vínculo e intimidad que ocurre entre escaladores que integran cordadas. 

[iii] Huentota, tierra de guanacos, es como los Huarpes en su lengua Millcayac llamaban a Mendoza antes de que Pedro del Castillo en el siglo XVI le cambiara el nombre en homenaje a Gustavo de Mendoza Gobernador adelantado de Chile, quién mando a Castillo a explorar la región para el asentamiento de poblaciones Españolas en el lugar. Huentota es un enorme desierto, el 97% de su territorio es seco y deshabitado, actualmente sus poblaciones se hallan agrupadas en torno de tres pequeños oasis irrigados por aguas de deshielo cordillerano a partir de las cuales se forman los ríos y  se construyeron  acequias, represas y  canales de riego artificiales que permitieron el desarrollo  de la agricultura, como también el asentamiento poblaciones estables en la región. El manzano histórico forma parte del oasis del Valle de Uco, uno de los tres oasis de la Provincia, irrigado por las aguas del Río Tunuyan.

[iv] Los antiguos habitantes Huarpes tenían en lo alto de la precordillera a su Dios protector  Hunuc Huar. De la unión del Sol y la Montaña nació Hunuc, el primer habitante de cuyo. Hunuc era dichoso en compañía de los animales, pero sentía necesidad de ser amado por alguien. Así por consejo del guanaco a quien conto su pesar, decidió hablar con sus padres para que le dieran una hembra. Ya desde aquellas remotas épocas el hombre realizaba ambiciosas ascensiones a  las montañas en busca de respuestas.  Hunuc  emprendió una agotadora ascensión al cerro Mercedario, donde su padre el Sol hablándole en susurros por medio del viento Zonda, y como es común que hagan los hombres en asuntos familiares vitales le contestó  que si quería una hembra debía hablar con su madre, la montaña cuyo espíritu habitaba en la cordillera  indicándole que para llegar a ella debía ascender el Aconcagua.  Hunuc hizo lo indicado y tras ascender el aconcagua habló con su madre. Esta le dijo que para que nazca la primer mujer el sol debía unirse con la luna en un eclipse total. Así, tras el eclipse, nació Huar la primer mujer. Hunuc y Huar se enamoraron y el mundo se llenó de alegría. Pronto Huar quedó embarazada de Hunuc;  esto no fue bien recibido por el Sol quién encolerizado por motivos que desconozco los instó a que elijan entre su vida o la de su hijo. Estos por supuesto eligieron morir por amor a la vida de su hijo a quien llamaron Huarpe, por lo que tras criarlo y enseñarle a adorar al Sol y a la Montaña se alejaron y fundieron en un abrazo en una zona desierta esperando que la muerte los atrape, dejándose morir para que viviera su hijo, ocasionando esto la comunión de sus almas. El pequeño Huarpe creció; y la luna y el sol se apiadaron enviándole una mujer hija de la luna y venus. De esta forma nació y prosperó  la etnía Huarpe. Luego la montaña al enterarse lo ocurrido, le pidió al Sol que convirtiera el alma metamorfoseada de Hunuc Huar en el diós protector de los Huarpes, lo cual fue concedido. Hunuc Huar convertido Dios protector de sus hijos los Huarpes subió a lo alto de la cordillera, donde habita desde entonces.  El sol, la luna, la montaña, son fuerzas, divinidades muy poderosas de la cordillera, y en la historia de Hunuc y su pueblo Huarpe, estas son fuentes de vida, de alegría y amor, de protección, pero también es preciso saber que estas fuerzas son capaces de quitarles todo lo que se les ha dado tal como ocurrió en la historia de Hunuc.      

 

[v] La historia del agua, es la historia del desierto, de sus lagunas, de sus pobladores y ahora de sus preciosos Oasis y exquisitas plantaciones de vid. La humanidad ha recorrido un largo camino para que podamos poner un grano de uva en nuestra boca. La historia del hombre y la hominización comienza hace 7 millones de años, los primeros hombres aparecen hace solo 200.000 años, en América hace aproximadamente 15.000 años. Las primeras poblaciones de Cuyo datan de unos 10.000 años, y son muy anteriores a los Huarpes la última forma de la cultura prehispana en la región. Durante estos siete millones de años de hominización, la vida fue terriblemente dura y penosa, las condiciones por las glaciaciones hacían impracticable la agricultura, la vida sedentaria, y el hombre vivía duramente de la caza y lo poco que le ofrecía la naturaleza silvestre. El promedio de vida era de 25 años, y la tasa de mortalidad del 80 porciento. Hace diez mil años y luego de un invierno que duro diez millones años las condiciones climáticas cambiaron, cesaron las glaciaciones, y se puede decir que el mundo entró en una etapa primaveral, la agricultura, la vida sedentaria, y la abundancia fueron posibles. En Cuyo las condiciones desérticas hicieron que este florecimiento de la humanidad ocurriera más tardíamente hace 2500 años, porque solo fue posible el desarrollo de la agricultura  a partir del descubrimiento de la irrigación artificial mediante acequias, es decir canales abiertos mediante los cuales se dirigía y canalizaba el agua hacia  cultivos para su irrigación, que permitieron la vida sedentaria, y el desarrollo de una cultura. Las familias de los Huarpes no se agrupaban en poblados, sino que estaban diseminadas en campos de cultivo irrigados por las acequias, esto fue un revolucionario descubrimiento que los nativos tardaron 8000 años en descubrir. En ese entonces el curso de las aguas de deshielo formaban naturalmente un sistema de pequeñas lagunas diseminadas en la provincia, de allí que en los antiguos mapas Españoles de Huentota estas tierras eran conocidas como Rosario de lagunas, porque el conjunto de lagunas tomaban la forma de las cuentas de un Rosario. La agricultura de subsistencia que practicaban los Huarpes no modificó en nada el curso natural de las aguas de deshielo, pero si modificó la vida y la cultura de la población.  Fue mucho después que el avance de la canalización a gran escala, y su concentración en oasis hizo que las lagunas se secaran hasta desaparecer. Pero antes de desaparecer las lagunas hubieron de desaparecer sus pobladores. ¿Por que motivo, cual era el interés de Gustabo de Mendoza cuando manda a Pedro del Castillo a asentar poblaciones en Mendoza?, ¿cual era el objetivo del asentamiento de Poblaciones Españolas en Huentota, una tierra arida, desértica, y sin riquezas?. En Huentota solo había maíz y batata que cultivaban sus pobladores, no había riquezas minerales que explotar en ese momento, pero había tras dos mil quinientos años de desarrollo de la agricultura una población sedentaria, pacífica y dócil, que se había extendido en todo ese territorio. A la fecha de fundación de Mendoza por Pedro del Castillo los Huarpes se entiende eran aproximadamente treinta mil habitantes, otros hablan de cien mil, no se sabe bien, pero si se sabe que eran una población numerosa. La instalación de  poblaciones españolas en la época Colonial no afectó inmediatamente la historia del agua, su objetivo era el comercio de esclavos Huarpes  en Santiago y la Serena dedicados fundamentalmente a la explotación mineral en el lavado del Oro. En solo cien años la pacífica población agrícola  y su cultura de  dos mil quinientos años de formación desaparecieron como resultado de la falta de inmunidad a las enfermedades Europeas, el traslado de los hombres esclavizados, y el mestizaje de las mujeres que quedaban Mendoza. La cultura de la etnía sufre un corte total con la desaparición de su idioma del que no se conocen sino algunas palabras, y se ha perdido su fonética. La historia del agua no obstante sufre un cambio radical recién a fines del Siglo XIX con las nuevas corrientes colonizadoras, y la instauración de una producción agrícola de vides, concentrada en tres Oasis. La creación de estos tres Oasis, y la concentración del agua en estas islas verdes, produce la desaparición de las lagunas, y en su lugar la aparción de los Arenales. Desaparecen las lagunas del Rosario, y la Provincia se convierte en un enorme Arenal, con tres Oasis que concentran la población y el cultivo de vides. Es en esta época que se construyen los grandes canales, represas y centrales hidroeléctricas. Es en este contexto de la historia del agua en que podemos entender a lo que nos referimos cuando hablamos del Cajón de Arenales, de sus hermosos Oasis, sus deliciosas  vides  y de la historia oculta tras de sí.       

   

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