"Audentes fortuna Iuvat” (La fortuna sonríe a los audaces)
La Eneida, Virgilio
De cómo una locura se convierte en hechos
Cómo en la antigua grecia un poco de vino y algunas pequeñas victorias hacen a uno sentirse por un momento invencible. Lo estimulan, lo motivan y afloran desde el interior el deseo de lo imposible, de las metas inalcanzables y por un momento uno cree que el cielo está al alcance de la mano.
En noviembre de 2018 tuvimos nuestro momento de “locura” con Javier Zuloaga y Lucas Ábalos veníamos de meter unas agujas en Arenales y comiendo unas empanadas surgió el objetivo: ¿Qué les parece hacer la Guillaumet?. Nos reímos todos y un poco en serio un poco en broma empezamos a planear un itinerario de entrenamiento, metas intermedias y planificación de un proyecto que recién comenzaba a gestarse.
En octubre había visitado Chaltén por segunda vez y esa aguja se me metió por el ojo y empezó a echar raíces.
En 2019 probamos escalar más largos de lo acostumbrado e hicimos El Cohete, famosa vía de 12/14 largos en el Cajón de los Arenales: “Alea iacta est” (la suerte está echada).
Empezamos a investigar sobre la Aguja, sus posibles ataques, sus caras, la técnica a usar, el equipo que llevar y en ese momento empezó la expedición. Penosamente el 2020 nos sorprendió con una Pandemia mundial inesperada, incomprensible y dolorosa y nuestros planes se pusieron en pausa.
Quizás el encierro, quizás la abstinencia de montaña, ese año fue el que más entrené en mi vida. Encerrado en el departamento, corriendo de noche para evitar cruzarme con gente, leyendo toneladas y armando rutinas imposibles me fui poniendo en forma. No fui el único, Javier había estado haciendo lo mismo. El hecho de estar todo el tiempo en un mismo lugar fue mágico. Entrenar en casa se volvió compartir la pasión por un deporte y el amor por la familia al mismo tiempo. Una ecuación increíble.
Gradualmente el mundo se empezó a acomodar y casi providencialmente la idea volvió a surgir. __Javi y si tiramos la Guillaumet este año?. Al principio había más “No” que “Si” pero se fueron acomodando de una forma increíble y ahí estábamos, mediados de noviembre planeando escalar en el sur. Una sola cuestión quedó flotando, solo teníamos 7 días para hacerlo y quién conoce Patagonia sabe que esta es una tarea imposible!.
Pero teníamos lo que teníamos. Elegimos febrero como el mes que menos días de lluvia tiene y sin pensarlo mucho sacamos pasajes para la primera semana. Ya estábamos en camino.
La fortuna estuvo con nosotros todo el tiempo, conseguimos el equipo que faltaba, el Covid dejó de ser un obstáculo insuperable y poco a poco pudimos armar la logística necesaria para lograr nuestro cometido en 7 días (si si, 7!)
La aproximación
Nuestra expedición empezó como todas!. Achicamos el equipo lo mejor que pudimos teniendo en cuenta la cantidad de obstáculos y las diferentes opciones de vías que había, revisamos el clima todos los días desde un mes atrás a la fecha del vuelo, repasamos las diferentes opciones según el clima que nos tocase y estudiamos mapas, topos y todo el material que nos llegó a la mano para poder estar un paso adelantados a cualquier condición o suceso. Conseguimos la guía ese mismo Enero que nos prestó Alexis Moreno y tomamos todos los consejos que nos dió. También sabíamos desde el vamos que quizás invertir todo lo necesario, viajar 3000km y llegar a Chaltén podría terminar en una retirada forzosa o mirar desde la ventana nubarrones 7 días. El tiempo era la incógnita más difícil de responder.
De igual manera hicimos lo mejor que pudimos, apostando todas nuestras cartas a 7 días elegidos cuidadosamente pero innegablemente al azar.
15 días antes de salir el clima en Chaltén era un desastre pero aproximándonos a la fecha, todo empezó a mejorar. Había una probabilidad de que tengamos una ventana de 2 días que empezaba en el mismo momento que llegaramos. Las cosas se ponían de nuestro lado.
El viaje Rosario - Buenos Aires fue verano tropical, llegamos a la capital con lluvias y ruteamos con sol. Nos subimos al avión con calor y vimos nubes buena parte del viaje. Desde el avión el paisaje es anacrónico.
Al llegar a Calafate tuvimos la sorpresa: 23º!. Gente en remeras, sin abrigo, muchos lentes de sol y poca ropa. Nuestra ventana se había corrido un día y extendido.
Al llegar descansamos en un departamento que nos alquiló Manu Quiroga. Ese día aceitamos la cordada en el muro de los Cóndores y preparamos el equipo para la aproximación. Casi no dormimos y comimos muy poco. La ansiedad se podía palpar en el aire.
A las 8 de la mañana, tomamos un transporte hasta el puente del eléctrico y allí empezó la caminata, 2 horas hasta Piedra del Fraile. Desde allí es todo subida, durante los últimos 3km sube un 1km de desnivel, esta es la parte más dura. La parada es el último campamento antes de la Guillaumet, Piedra Negra.
Algo interesante ocurre durante esa travesía de aproximación. Todo el camino estás encapsulado en un bosque y poco se ve desde allí el cordón del Fitz pero al llegar a Piedra del Fraile… es increíble, cuando se asoma imponente el Fitz y su escolta la Guillaumet!. Cada vez parecía más cerca y a la vez más lejos. Mientras sigue la aproximación, otra vez los perdés de vista y al llegar a Piedra Negra esa pared granítica toma color nuevamente.
La Guillau nos sorprendió cubierta de nubes pero imponente. 2 años viendo una foto y cuando la ves se te cae el mundo. Es enorme!.
Una cordada que bajaba nos contó que habían pasado el crux cuando una nube los tapó. Mientras abajo nosotros veíamos sol y sentíamos calor, allá arriba nevaba y los azotaba un frío intenso. Esta anécdota nos hizo pensar en las dificultades de Patagonia. Aún con el clima a nuestro favor, una simple nube podría golpearnos de forma implacable. Nuestro pronóstico para el día siguiente nos daba la isoterma a 3000mts, pero aún así sentimos el compromiso de estar allí en un entorno hostil.
El ataque
Esa noche comimos poco, como todas las noches. Armamos la carpa, preparamos las mochilas de ataque y revisamos nuestros planes.
En Piedra Negra no éramos los únicos. Todos eran titanes para nosotros. Dos cordadas amigas iban juntas por la Brenner Moschioni y 2 cordadas más subirían por la Comesaña Fonrouge. La noche se demoró en llegar y nos obligamos a dormir a la 22hs.
A las 3:30am nos despertamos. Javier hizo un café y comimos un puñado de galletitas dulces cada uno. Habíamos seleccionado muy bien el almuerzo de ese día, un salamín y queso para los dos, y establecido su horario: la cumbre!.
Salimos de la carpa equipados y sorprendidos, 2 cordadas ya estaban en movimiento. Nos sumamos y empezamos a seguirlos al ver sus pasos seguros. Habíamos estudiado muy bien la aproximación desde allí pero el trajín, el apuro de la mañana, y la seguridad de sus pasos nos puso un encantamiento que terminó confundiendo nuestros pasos.
Nuestros predecesores se confundieron y enriscaron. Por suerte nos dimos cuenta a tiempo y modificamos nuestro camino no sin antes haber perdido un tiempo no tan valioso.
Tomamos la delantera!, ya no nos aglomeraríamos en una misma vía.
Las luces previas al amanecer nos encontraron en la rampa de nieve. Estaba inmaculada pero disminuida así que optamos por escalarla por su lado desnudo. Unos 4tos pelados con algo de exposición. Por momentos con pasos atléticos, por momentos cuidadosos fuimos subiendo y las luces del alba nos encontraron en el collado. Habíamos llegado a pie de vía.
Durante todo el viaje hicimos vídeos que reflejaban nuestro entusiasmo. Nos reímos aún en los momentos más duros de la escalada y nuestro ánimo nunca decayó. La montaña crea lazos muy difíciles de romper!. Este momento no fue la excepción. Filmamos el vídeo de rigor y Javier se hizo con la primera escalada de la mañana.
La guía no graduaba el primer largo pero tampoco nos preocupamos mucho por intentar ponerle un número. Con algunos traspiés pasamos ese primer paso y Febo nos regaló su sonrisa. Se acabaron las manos frías!.
Estábamos entusiasmados, nos comimos todos los largos con una sonrisa. Avanzamos paso a paso, uno a uno diciendo pavadas y contándonos en los breves encuentros lo divertido o complicado del paso superado. Metódicamente nos fuimos turnando. Ambos queríamos escalar y se notaba. Mi pecho estaba en llamas.
Llegó el momento de la verdad!. La Guillau tiene un paso clave, un crux, como lo conocemos. Un hermoso largo de 6b+ a mitad de camino a la cumbre. Es un diedro atlético que no representó las dificultades que esperábamos pero aún así nos hipnotizó al verlo. Una escalada sin asegurar desde la reunión, 10mts abajo, hasta montarse al diedro y una escalada limpia sobre una fisura doble cortada a cuchillo. Esa fue la parte “difícil”, no estábamos afilados en esa técnica en particular pero la superamos con presteza. El último tramo es un dulfer muy divertido y cómodo que deriva rápidamente en una salida de techo con un paso muy plaquero. El crux de la vía pasó dejándonos un sabor dulce de victoria en la boca.
Lo siguiente fue una travesía muy estética y divertida que Javier pasó sin dificultades. Un diedro inclinado con restos de los “stoppers” de madera de Fonrouge me puso nostálgico y en minutos estábamos los dos en el collado que remata el couloir de la Amy - Vidailhet. Javi estaba entusiasmado: __ Acá está la Amy!, me dijo. Ambos teníamos los ojos brillosos de niño y la cumbre estaba por rendirse a nosotros.
Subimos un largo más y creímos que ya la teníamos pero la montaña nos puso a prueba una vez más. Solo quedaban 4 largos y nos confundimos de vía.
Avancé una veintena de metros y armé una reunión improvisada en una repisa, confundido y con mucho roce en las cuerdas traje a mi compañero y ahora él se encargaría de las dificultades.
Otra vez nos confundimos, Javi se pasó de la reunión y quedó enriscado en un lugar peligroso. Me trajo esta vez él a mí y nos quedamos debatiendo que camino tomar. Estábamos deshidratados, cansados y con hambre.
Antes de salir de Rosario, como parte de nuestra investigación charlamos con Manu. Manuel Quiroga es guía de montaña UIAGM e instructor de cursos del GRAM. Tiene en su haber todas las cumbres del Cordón del Fitz, del Torre, del lugar y muchas otras internacionales. Ha subido la Guillaumet más de treinta veces y fue nuestro contacto en Chaltén. Hicimos charlas por whatsapp antes de salir y en uno de sus audios nos relató las dificultades después de pasar el collado de la Amy.
Todo vino a mi mente en un momento. Saqué el celular, nos reagrupamos en esa última reunión y propuse escuchar los audios. La descripción de los últimos pasos fue perfecta!. Apuntamos a un diedro por la derecha y estoicamente subimos y aniquilamos los últimos largos hacia la cumbre. Ante nosotros sólo restaba la rampa de nieve poco cargada.
Bebimos agua hasta hartarnos de una vertiente que venía desde la cima!. Respiramos, nos alegramos y empezamos la última “caminata”. Ya estábamos allí!.
Sucede algo único en una cumbre. Todo el camino, todo los planes, todos los sueños, toda la gente que te ayudó, toda la gente que te apoyó emocionalmente, tus amigos, tu familia que está y la que no está más, todas las dificultades sorteadas… todo, TODOS, están allí con vos!. Recuerdo reírme, recuerdo asombrarme, recuerdo llorar emocionado y abrazarme a mi compañero. No estábamos solos, todos estaban con nosotros.
La huida
En la cumbre almorzamos. No sé cuánta gente puede decir lo mismo en Patagonia pero ahora son 2 personas más. Empezamos a volver sobre nuestros pasos hasta encontrarnos con la cordada que venía tras de nosotros bastante más abajo. Respondimos algunas preguntas y seguimos nuestro camino.
Al llegar al collado de la Amy nos encontramos con dos cordadas más que no habían podido hacer cumbre. Una más ya estaba abajo. Esperamos nuestro turno y nos “tiramos” por la Amy, un enorme canaletón con nieve (esta vez había poca, pero suele llenarse) que apunta directamente al glaciar.
Al haber poca nieve los rapeles estaban demasiado altos y no se veían del todo seguros. Huimos lo más rápido que pudimos. Las precarias reuniones daban miedo y encontrarnos en ellas era la muerte.
En 4 rapeles estábamos saltando la rimaya, otra experiencia nueva, y 30 minutos más tarde nos sacamos los grampones en el paso Guillaumet.
La caminata de vuelta empezó entretenida y peligrosa, buscando un camino que no habíamos andado y terminó monótona y a ciegas. Caminamos como legionarios pensando en llegar al campamento. Ya no había objetivo, ni comer ni dormir, era solo llegar.
La carpa nos sorprendió en la oscuridad y nos encontró unidos a la cordada que hizo cumbre después de nosotros. Ahora todos éramos hermanos.
Esa noche llegué destrozado pero aprendí algo nuevo: la charla después de la victoria. Todas las emociones juntas viendo el techo de la carpa desde el lado de adentro. Llegamos 1AM y nos dormimos a las 2 o 3 am, ya no lo recuerdo bien. Habíamos triunfado.
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